Poesía


Pienso en lo lindo que me quedaba el rímel en las pestañas - María Andrea González

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María Zambrano ha dicho alguna vez que la palabra es el lugar donde acontece un modo de belleza. Todo sucede allí, en la palabra. Y es esa belleza la revelada en los poemas de María Andrea: a medida que los atravesamos, a medida que nos atraviesan, nos sumergen en una estética donde lo cotidiano se resuelve en una dimensión trascendente. Y entonces ocurre que las palabras “también son un paisaje al que se viaja”.

Son los ojos que miran los que nos plantean el recorrido por estos versos, en que la sugerencia, ya desde el mismo título, confirma las hendiduras imprescindibles de la poesía. Ojos que miran hacia adentro, que reflejan sus silencios, sus revanchas, sus desguaces… Desamparo, exilio y miedos, pero también el gesto de rebelión, ese de “atrincherarse” para mitigar las sombras y también la esperanza y la voluntad para quedar definitivamente absuelta.

Pero María Andrea no se queda solo en ese plano íntimo, de la primera persona. Con exquisita determinación, con la sobriedad de la palabra justa, se desplaza hacia el mundo exterior, donde la otredad se hace eco de sus propias vivencias, como ese hombre “repitiéndose en el hombre que cruza”, “empalmando las partes de uno con las partes de los otros”. Aparece lo urbano, las calles, la gente. Nos muestra, con su habilidad de artesana de la palabra, el “ahí afuera donde sobran espantos” y ese mundo “que gira centrifugándonos”. Entonces, después, en los últimos poemas, como si se tratara de una partitura, sostiene la musicalidad y vuelve a llevarnos hacia un silencioso ensimismamiento de orfandades, intemperie y despojos.

¿Qué otra cosa es la poesía sino ese ámbito donde las palabras se nos quedan, como ella dice, hollando?

Ana Rosa Llobet